martes, 25 de octubre de 2011

Categoría 3

La justa ‘hora inapropiada’

Poco a poco fui despertando de esos sueñosamarillos y rancios del alcohol excesivo.
Cuando pude abrir los ojos me encontré en unparadero desolado. Una casa a lo lejos y una increíble cantidad de árboles ypastizal sin podar que crecía alocadamente.
Quise acordarme como, yendo de bar en bar, pudellegar hasta allí. Pero el sol sofocante del mediodía y el entumecimiento de micuerpo me distraían hasta bloquearme.
Al levantarme vislumbré a lo lejos que salíahumo de la chimenea de la cabaña, y decidí ir a pedir ayuda. En el momento enel me encontré lo suficientemente cerca noté las paredes descascaradas y llenasde moho, y un poco acobardado toqué la puerta.
Pasaron minutos de dudas y preguntas, y comonadie abría finalmente decidí entrar. No parecía haber rastro alguno allí, peroel olor a carne asada ardía y la casa como un pulmón parecía  respirar y absorber todo lo que sucedía.
Desperté de un susto, me encontraba ahora en lahabitación en la que amanecía todos los domingos, y a mi lado respirabaapaciguadamente ella. Un poco mareado por mi sueño quise entablar conversación,cosa que no hacíamos seguido, y de mi boca salio una pregunta algo inusual –“¿Cómo estas?” Poco a poco fue desarrollándose una conversación hasta que terminécontándole mi extravagante sueño. Para mi sorpresa y terror, ella había soñadolo mismo. Fuimos contando detalles y terminé hablando de los misterios de lossueños, el porqué, Freud y todas sus riquezas. Ella poco interesada e ignorantese levantó despidiéndome. Cuando abrió la puerta, resurgió nuestro horror. Noestábamos en el clásico hotel, y la habitación ya no era la habitación. Mi carapalideció y ella lloró agarrando la cruz que colgaba de su cuello.
Luego de unos instantes de nervios decidimosinvestigar y dimos vueltas y vueltas por la casa. Claramente era el vividosueño que nos había atacado antes, ahora dudoso de ser solo un sueño.
En el lugar donde debía estar la puerta crecía la negra pared y no parecíanhaber rastros de una salida.
Nos separamos y reencontramos muchas vecesentre lecturas de cartas y papeles, pero todo seguía siendo un misterio. Lacasa era chica, contaba con cinco habitaciones. Algunas demasiado arregladascomo esperando visita, otras desprolijas y misteriosas como en los asesinatosde las historias de Sherlock Holmes, y la ardiente cocina en la que la extrañacarne se asaba.
Sobre una repisa había una colección deanillos, todos con diferentes tamaños y rasgos. Me llamó la atención ya quepude notar que cada uno simbolizaba una nación y cultura diferente. Otra cosaque observé muy detalladamente fue un antiguo espejo colgante de cristales ymarco dorado que latía como si estuviese vivo. Mi imagen en él me intimidaba, yhasta creí ver un pestañeo de ese lado misterioso. Justo en ese momento escuchésu grito y fui corriendo hacia su voz, pero no la encontré.
Seguí buscando rastros pero todo seguía comoantes, la única diferencia era que la habitación de la que habíamos salidoestaba ahora toda ordenada con la cama hecha, y había más carne en la parrilla.
Tuve mucho miedo y perdí la percepción deltiempo. Arrojado en el piso pude ver algo extraño en la colección de anillos,había uno más. La circunferencia color plata con letras griegas que ellallevaba puesto se encontraba posado en el estante. Llorando de los nervios metape la cara, estaba perdido. En ese instante escuché muchos ruidos, y cuandoquise ver tenía la cara tapada. Sentí empujones y mucho, mucho calor.
Pude abrir los ojos un instante y vi mi anillo de cobre en la colección, yluego más carne, más carne. Lo único que no pude ver fue mi cuerpo, y ahí supeque era la justa hora inapropiada del almuerzo.

Simbad

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